¿Cómo viven las vacas?

Ahora que estamos en pleno debate sobre  " tareas sí / tareas no ", sobre la utilidad de los exámenes, como resultado o como proceso educativo,  me gustaría que mis compañeros docentes - bueno excompañeros ya - leyeran este artículo de MIGUEL ÁNGEL SANTOS GUERRA, Catedrático de Didáctica de la Universidad de Málaga.  Ayer repasando algunos documentos de mi carpeta relacionada con la evaluación, topé con éste, que creo que os hará pensar. Espero que sea útil.

La evaluación es un proceso de extraordinaria importancia en las escuelas.Porque las personas buscan el éxito. Y el éxito o el fracaso lo determina la evaluación. Es muy importante saber lo que se considera valioso para conseguir el éxito. Dice Doyle que, en una clase, puede haber tareas de memorización, de aprendizaje de algoritmos, de comprensión, de análisis, de opinión y de creación. Si preguntasemos desde dónde hacia dónde va aumentando la riqueza intelectual de estas tareas, es probable que todos dijéramos que van de menos a más. 

Sin embargo, si nos interesase saber de cuáles hay más en las evaluaciones que se realizan, es probable que muchos contestasen que la lista está ordenada de más a menos. Es decir que hay más de memorización que de creación. Todas las tareas son necesarias, pero no todas tienen la misma categoría intelectual. Repetir sin entender es una tarea de naturaleza intelectualmente pobre. Crear es una tarea rica. ¿Cuáles está más presente en la evaluación? Si para tener éxito se intensifican las tareas más débiles -intelectualmente hablando- estaremos potenciando un aprendizaje empobrecido,
mecánico y repetitivo. 

Hace unos años, un querido colega, sabedor de que me preocupaban las cuestiones relacionadas con la evaluación educativa, me dijo en la puerta de la Facultad:
- Quiero contarte algo que me ha sucedido ayer mismo con mi hijo de diez años.
- Te escucho con interés y atención, le dije, sin saber de qué se trataba lo que deseaba compartir conmigo.

El profesor me contó una anécdota de relevante significación. Anécdota que transcribo seguidamente con la mayor precisión posible:
·         El niño llegó ayer a casa y me dijo: 
  • Papá, hoy he tenido un control (nada hay inocente en el sistema educativo, ni escenarios, ni itinerarios, ni palabras, ni reglas, ni mobiliario, ni materiales. Al niño le han hecho un “control”, algo parecido a lo que sucede con los controles   de alcoholemia que se hacen en las carreteras).

 Yo le pregunté:
·         ¿Qué tal te ha ido, hijo?
·         Mal, papá. He suspendido.
·         ¿Qué preguntas te hicieron?
·         Eran muchas, pero cortitas.
·         ¿Recuerdas alguna?
  • Sí, papá. Una pregunta era: ¿Cómo viven   las vacas?
·         ¿Qué contestaste?
·         Yo puse: bien.
·         Y, ¿cómo te calificaron esa contestación?
·         Me la calificaron mal.
  • ¿Cuál era la respuesta correcta? ¿Ya sabes  lo que había que contestar?

·         Sí, papá. Ya lo hemos corregido en clase. La respuesta correcta era la del libro.
·         ¿Qué dice tu libro?
El niño contesta con aplomo, como dominando la clave precisa del saber:
·         En ganadería extensiva e intensiva.

En el libro se podría leer: “Las vacas pueden vivir en ganadería extensiva e intensiva”. Ante la pregunta “cómo viven las vacas” el niño puede utilizar la cabeza pensando o el libro repitiendo (ya sé que se puede utilizar el libro pensando, aunque no sea éste el caso). “¿Cómo viven las vacas?”, se pregunta el pequeño. Y, en buena lógica, se contesta: En comparación conmigo viven de maravilla. No van al cole, no hacen controles, mugen y nadie les pide que se callen, se mueven y nadie les exige que se estén quietas, comen cuando les apetece, se tumban en la hierba si así lo desean… En definitiva, viven muy bien. Pero la respuesta es equivocada. Merece una calificación negativa. Pero si utiliza el libro para responder sin saber (ni él, ni el profesor) lo que quiere decir en ganadería extensiva e intensiva, tendrá su respuesta correcta.

Los instrumentos de evaluación condicionan el estilo de aprendizaje, la forma de aprender. Las preguntas de la evaluación determinan el tipo de aprendizaje necesario para el éxito. Los niños aprenden pronto lo que es más importante que aprender, es aprobar. Me contaba la propietaria de una librería de Málaga que cierto día, en el desayuno familiar, su hija de siete años no abría la mano izquierda. La madre, intrigada, observa sus movimientos. Le pregunta si le pasa algo en la mano y ella niega con la cabeza y la esconde debajo de la mesa, un tanto nerviosa. Ante la petición de la madre, la niña abre la mano. Tiene la palma y los dedos completamente atiborrados de escritos en letra muy pequeña con unas notas que pretendía utilizar en el examen. La madre le pregunta:
  •  ¿Qué es eso? ¿Cómo tienes así la mano?

Y la niña, mirando fíjamente su mano y mostrando un enorme asombro, contesta:
  • No sé, me habré apoyado en algún libro   sin darme cuenta.


La evaluación del alumnado se puede convertir en un excelente medio para mejorar el proceso de enseñanza de los profesores. Porque la evaluación tiene un componente de comprobación (muy complejo), pero otro de atribución (no menos problemático) que es el que permite analizar las causas del éxito o del fracaso. Si este segundo componente se analiza con rigor, sin duda se encontrarán los caminos para una mejora de la tarea. 


La metodología condiciona la evaluación, pero la evaluación condiciona el aprendizaje. Si lo que se exige en la evaluación es memorizar, el aprendizaje se encaminará a repetir. Si se pretende saber si se han adquirido competencias, es necesario arbitrar unos medios de evaluación que permitan comprobarlo.

La evaluación que se realiza en la escuela ha de ser educativa, no solo porque se centra en cuestiones educativas sino porque educa a quien la hace y a quien la recibe.


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